EL MISTERIO DE BAALBEK




Baalbek (o Balbek) se encuentra al este del Líbano, en el célebre valle de Beqa’a, entre los ríos Litani y Assi. Está enclavado en el cruce de dos rutas comerciales de importancia histórica, una entre el Mediterráneo y la Siria Interior, y la otra entre el sur de Siria y el Norte de Palestina.

Los orígenes de Baalbek resultan misteriosos. Se ha planteado que en sus inicios fue una ciudad fenicia, desarrollando un culto al dios babilónico Baal-Hadad, y su nombre simbolizaría “Ciudad de Baal”; subsiguientemente, los griegos asimilarían esta deidad a Helios, de ahí que pasara a llamarse Heliópolis.

Pero no existe ninguna evidencia arqueológica de ese supuesto asentamiento fenicio preliminar, y dada la desaparición de referencias en las fuentes históricas de un asentamiento semejante, lo más probable es que si lo hubo haya sido de muy escasa importancia. El nombre “Baalbek” no denota una inconmensurable antigüedad. Ni se usó durante la época romana, ni existe evidencia de que se haya utilizado alguna vez con anterioridad a ésta. No parece muy probable que el sitio comenzara a llamarse “Baalbek” en honor a un Baal (señor-amo), cualquiera en tiempos posteriores, pues para entonces la región ya se había cristianizado, para ser más tarde sometida por la fe islámica. 






Enfocándonos en el misterio de la famosa terraza de Baalbek es una de las principales partidas de los defensores de la hipótesis de los “antiguos astronautas”, según dicta, en un pasado remoto, viajeros interestelares habrían visitado la Tierra. Esos navegantes de los espacios siderales habrían dejado como prueba de su paso mitos dispersos y estructuras pétreas inexplicables. La Gran Terraza es una plataforma construida con las mayores rocas talladas conocidas, bloques megalíticos que fueron cortados con gran exactitud y colocados para formar unos fundamentos de 460.000 metros cuadrados de superficie. En esta plataforma se encuentran los tres colosales bloques conocidos como el Trilithon, cada uno de los cuales mide casi 25 metros de largo, con una altura de aproximadamente 4 metros y un ancho de 3 metros. El peso de cada uno de esos monolitos monstruosos se ha estimado entre mil y dos mil toneladas; son de granito rojo, y fueron extraídos de una cantera a más de un kilómetro de distancia, valle abajo respecto a la construcción. Aún sorprende más que en la cantera haya quedado un bloque aún mayor, conocido por los árabes libaneses como Hajar el Gouble, o Piedra del Sur. En 1851, el estudioso francés Louis Felicien de Saulcy, quien más tarde realizaría una de las primeras excavaciones sistemáticas de Jerusalén, permaneció en Baalbek unos días, del 16 al 20 de mayo, y se convenció de que el pedestal de la Gran Terraza eran los restos de un templo prerromano; dejó sentada esta opinión en su libro “Voyage autour de la Mer Morte” (Viaje alrededor del Mar Muerto), que data de 1864.

La hipótesis del origen extraterrestre de la terraza de Baalbek aún tardaría en llegar. El primero en exponerla fue el físico bielorruso Matest M. Agrest, en 1959. Agrest es considerado como el primer científico en ahondar sobre la hipótesis de que la Tierra fue visitada en tiempos prehistóricos por inteligencias venidas del espacio exterior; su famoso artículo “Astronautas de la Antigüedad” (Kosmonauty Drevnosty) se publicó en 1961. En sus hipótesis, Agrest le da una gran importancia a la historia bíblica de Enoch, y a la oscura referencia del Génesis que habla de los Nefilim (הַנְּפִלִ֞ים). Propuso, asimismo, que las tectitas (pequeñas piedras vidriosas), son prueba de esas visitas extraterrestres y que lo que realmente ocurrió en Sodoma y Gomorra fue una hecatombe nuclear. Para Agrest, la Gran Terraza habría sido una plataforma de aterrizaje para los viajeros interestelares de la antigüedad. Curiosamente, la única fuente de información de Agrest respecto a Baalbek parece haber sido un indefinido libro publicado en París en 1898. La hipótesis de Agrest respecto a Baalbek en particular, y a los “antiguos astronautas” en general, hizo escuela.

Zacharia Sitchin y Erich Von Däniken siguen también esta misma ruta. Las innumerables toneladas de los bloques de Baalbek parecen ser tan fascinantes que existen autores que no se resisten a mencionarlas, aunque no tengan nada que ver con el tema del que están tratando; por ejemplo, Charles Berlitz, quien en medio de un catálogo de maravillas que aparece en su magna obra “El Triángulo de las Bermudas” menciona “las enormes piedras de las fundaciones del templo de Júpiter, en Baalbek, Líbano, emplazadas allí mucho antes de la construcción del templo y una de las cuales pesa 2000 toneladas”. 






Es de hacer notar que las especulaciones que atribuyen la Terraza de Baalbek a la acción de los “antiguos visitantes del espacio” parten de dos hipótesis: que la plataforma fue construida en un pasado muy remoto, mucho antes de los templos que la concluyen, que el peso de los grandes bloques supera la capacidad de transporte de la tecnología humana de aquella época en que se enalteció la plataforma (¡y aún en la actualidad no hay tecnología capaz de erigir un peso así!).

Pero ¿son ciertas estas suposiciones? Si seguimos al pie de la letra la leyenda, tal y como se repite una y otra vez, sólo podemos concluir que las ruinas de Baalbek son simplemente inverosímiles e inexplicables, un misterio sin solución humana.

En los años 1904 – 1905, una expedición alemana realizó la primera excavación sistemática en las ruinas de Baalbek. Los exploradores alemanes excavaron a través de la plataforma y realizaron hallazgos muy sorprendentes. La aparentemente sólida terraza está construida de sólidos megalitos únicamente en sus muros externos. En el interior, bajo el foro, encontraron un laberinto de cámaras rellenas de escombros compactados, con murallones de ladrillo en la típica forma romana de panal; debajo de todo esto, el lecho de roca sólida. En resumen, sólo albañilería y restos romanos. Los cimientos de los templos están fundamentados en el lecho de rocas para poder soportar su enorme peso, ya que la plataforma simplemente se hundiría si descansaran sobre ella. Las paredes megalíticas son en realidad un muro de contención en declive.

Del supuesto asentamiento fenicio previo no se encontraron restos, ni tampoco de ningún otro de una extensa antigüedad. Uno de los recursos más prácticos e impresionantes de los que se sirvieron los ingenieros y arquitectos romanos fue la creación de masivas plataformas en terrazas para soportar grandes estructuras. Esta idea venía de Grecia, pero fueron los romanos quienes lograron desarrollar todas las ventajas estructurales de construir masivas subestructuras para explotar el potencial funcional de lugares geográficamente accidentados. Ejemplos de estas terrazas se han encontrado en Tiddis (África del Norte), Terracina (Italia), Praeneste (Palestina), y otros lugares.

La conclusión, por sorprendente que parezca, es que, de acuerdo a los datos aportados, el emplazamiento es de origen romano. Ni fenicio, ni extraterrestre. Y en cualquier caso, como pista de aterrizaje hubiera resultado francamente deficiente, pues cualquier nave espacial de regular peso hubiera hundido el pavimento. ¿Y los bloques del famoso Trilithon? ¿Cómo es posible que hayan sido desplazados desde la cantera hasta su posición final en la plataforma, por los romanos o por quien fuera?

Pues veamos, la densidad del granito, dependiendo de su tipo, varía entre 2,63 y 2,75 g/cm3. Respecto a las dimensiones de los bloques, no hay dos fuentes que den las mismas medidas; sin embargo, todas coinciden en que ninguno llega a los 25 metros de largo. Según parece, el mayor de los megalitos del Trilithon mide 19,80m por 4m por 3,6 metros. Esto daría un volumen de 285,12 m3. Asumiendo que la densidad de la piedra es de 2,75 g/cm3, el peso del bloque sería de 784,08 toneladas. Por debajo de las 2.000 que Daniken y Berlitz citan tan alegremente. Por supuesto, en este cálculo casero pueden haberse filtrado varios errores: las piedras pueden tener unas dimensiones reales un poco mayores (¡o menores!) que las mencionadas; la densidad del granito puede ser menor que 2,75 g/cm3. De hecho, existen estimaciones aún más moderadas y probablemente más precisas, en torno a las 600 toneladas, y en todo caso, siempre por debajo de las 800. 






En cuanto a la piedra más pesada, la llamada “Piedra del Sur” (otras fuentes le dan el nombre de “Piedra de la Mujer Preñada”), esta sí pesa más de 1000 toneladas. Mide nada menos que 24,30 metros de largo, por 4,08m por 4,72m, para un volumen de algo más de 410 m3. Diversas estimaciones le atribuyen un peso entre 1.050 y 1.200 toneladas. Aunque estamos aún muy lejos de las “2000 toneladas”, de todas formas resulta impresionante. Salvo por un detalle, que siempre se menciona de pasada y sin darle mayor importancia: este gran pedrusco no llegó a salir de la cantera, por lo que de ningún modo se puede hacer un misterio de su transporte, ya que simplemente no fue transportado a ninguna parte. ¿Por qué dejaron los ingenieros romanos este monstruo en la cantera?

A este respecto, y a falta de archivos históricos, sólo se pueden lanzar hipótesis: quizás cometieron un error de cálculo y se encontraron con que habían tallado un bloque demasiado grande y que luego les fue imposible movilizar, o quizás modificaron el proyecto de la obra, o en cualquier caso, la misma pregunta habría que hacérsela a los que le atribuyen el bloque a la tecnología extraterrestre.

Sigamos develando el misterio. La cantera de donde se extrajeron los famosos bloques no se encuentra “valle abajo” respecto a la construcción; se encuentra entre 10 y 15 metros por encima de ella. La cantera está a 1.160 metros de altura y el templo a unos 1.145. Indudablemente siempre resultará más fácil transportar una gran masa cuesta abajo que cuesta arriba. Por otra parte, la cantera se encuentra a sólo 600 metros de la plataforma, aunque al tener que sortear una zanja, la distancia a recorrer se prolonga hasta unos 1.100 metros. No obstante, podría parecer que aunque algo menguado, el misterio aún persiste. ¿Tenían los romanos la capacidad tecnológica para movilizar bloques de semejante peso, aunque fuera en una distancia relativamente corta?

Los ingenieros romanos fueron expertos en la movilización de bloques pétreos de gran tamaño, incluso en condiciones mucho más adversas que las que pudieran haberse dado en Baalbek, donde la cantera se encontraba relativamente próxima. Durante la época imperial, muchos obeliscos egipcios fueron acarreados desde sus emplazamientos de origen hasta la península itálica; al menos una docena de éstas estructuras pétreas fueron erigidas en Roma. Entre éstos el que actualmente se encuentra en la plaza de San Juan de Letrán, erigido inicialmente por Tutmosis III en Karnak, hacia el siglo XV a.C. Su altura es de 32 metros, los lados de la base miden 2,70m y los de la cúspide 1,88m.

Durante el reinado de Teodosio I (379-395), otro obelisco procedente de Karnak fue colocado en la “spina” del hipódromo de Constantinopla. Los detalles al respecto se conocen a través de la obra del historiador bizantino Marcelino Comes (siglo VI d.C.) y por las inscripciones en el plinto de mármol de seis metros de alto sobre el que fue fundado. Este obelisco mide 19,59 metros de altura. Los relieves de la cara norte del plinto muestran escenas de la erección del monumento, bajo la vigilancia atenta del Emperador. Estos relieves son un valioso registro de las técnicas usadas en la época.

El obelisco tuvo que ser trasladado desde tres kilómetros en subida desde el nivel del mar hasta su emplazamiento final en el hipódromo, mientras que en Baalbek la distancia fue bastante menor y cuesta abajo. Para realizar la labor, los romanos no dependían de la pura fuerza bruta de un ejército de esclavos tirando al unísono a una orden del capataz, sino que empleaban máquinas diseñadas de propósito. Una de las novedades tecnológicas introducidas por los ingenieros romanos fue el amplio uso del movimiento giratorio; por ejemplo, el uso de grúas potenciadas por norias (ruedas movidas por animales). Para el traslado de bloques de gran peso, utilizaban cabrestantes, en los que el movimiento rotatorio se transformaba en tracción. El transporte del obelisco de Teodosio se consiguió al parecer con doce malacates, manejado cada uno por veinticuatro hombres. 






Los malacates eran situados en postes enterrados en el suelo a los lados de la vía de transporte, en dos hileras paralelas, a ambos lados del bloque a desplazar; cada malacate se ubicaba a cinco metros del siguiente. Cada una de las parejas de malacates de cada lado tenían un ángulo diferente para apalancar el peso. Cuando el ángulo de dos de los malacates era desigual, los malacates se desmontaban y se colocaban más adelante. Por supuesto, el transporte era lento (se ha estimado en unos 30 metros diarios), por la necesidad de desmontar y volver a montar las máquinas cada tantos metros para aprovechar mejor la fuerza. A pesar de que en Baalbek se movieron varios bloques, es posible que los malacates se hayan armado en forma de callejón sin llegar a desmontarlos, para utilizarlos con los bloques repetidos. El traslado de cada bloque hubiera sido así un tanto más rápido. 


Conclusión

No tiene cabida la duda, pero si el asombro, la construcción de Baalbek fue una verdadera proeza. Pero una hazaña más bien del tipo terricola, no el fruto de alguna privilegiada mente extraterrestre. Esta magna obra es comparable con la construcción de la Gran Pirámide de Keops, Baalbek sigue siendo una referencia inevitable a la hora de discurrir sobre viajeros procedentes de otras regiones estelares. En rigor, su misterio ni siquiera debiera haber nacido, pues ya en 1.905 no era misterio, a pesar de la misma historia fantástica que sigue repitiéndose una y otra vez. El ingenio humano siempre abrirá caminos para el desarrollo de las sociedades.

@lawjako


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