TITIVILLUS, EL DEMONIO GUÍA DE LOS ESCRIBAS



Durante la Edad Media, las abadías más importantes a lo largo y ancho de Europa contaban siempre con una biblioteca y un scriptoria, es decir, el lugar que utilizaban los monjes para escribir y copiar los textos. En aquel entonces, la imprenta no había llegado al mundo occidental, por esta razón todos los libros de los que se tenía conocimiento eran copiados una y otra vez por los escribas, los monjes que vivían en las abadías. 

Si bien el escriba podía verse desde lejos como un personaje con cierto rango, lo cierto es que su trabajo era agotador, pasaba toda su jornada encorvado en un scriptoria copiando textos y más textos pasando frío y con las manos entumidas en invierno, o con un calor asfixiante en verano. 

Como es de esperar, copiar en situaciones de luz escasa y dedicar toda la vida a esta actividad llegaba a ser fatigoso; por otra parte, los textos copiados no estaban exentos de errores propios del trabajo iterativo del copista; no obstante, en aquel entonces se creía que estas equivocaciones eran obra de Titivillus, el demonio de los errores de los escribas, también conocido como “Demonio patrón de los escribas”. 

Titivillus es pues un demonio medieval, fiel servidor de Belfegor (el demonio que ayuda a la gente a hacer hallazgos), aunque también podía servir directamente a Satanás. Este demonio se encargaba de que los escribas tuvieran toda clase de errores en los textos. Se decía que este demonio susurraba directamente en el oído del escriba los errores. 

Pero, ¿cuál sería la finalidad de que Titivillus indujera estos errores? Desde luego, hacerse de almas para el infierno. Los errores que se encontraban en los textos eran situados en un saco que cargaba a sus espaldas. Por las noches se dirigía al infierno y los errores se anotaban en un libro para que el día del Juicio Final se hiciera el recuento a cada escriba que cometió el error. Otra tarea de Titivillus era hacer que, durante los servicios religiosos o misas, la gente se distrajera en charlas ociosas, pronunciaran mal, murmuraran y también omitieran palabras. Mismo caso, todas estas distracciones se iban al saco para el día del Juicio Final hacer el recuento de los pecados de los parroquianos. La primera referencia que tenemos a este demonio aparece en Tractatus de Penitentia de Juan de Gales, escrito en 1285. 

Fragmina verborum Titivillus colligit horum
Quibus die mille vicibus sí sarcinat ille. 

Es decir: 

Titivillus acumula los fragmentos de estas palabras.
Con lo que llena su saco mil veces al día. 

No obstante, es posible rastrear a este demonio en etapas anteriores pero sin mencionar su nombre. Por ejemplo, en los Sermones Vulgares (1220), Jacques de Vitry habla de un saco que era llenado en varias ocasiones por un demonio. Por su parte, en el Dialogus Miracolorum (1230) de Cesáreo de Heisterbach, se menciona a un diablo que está a la caza de voces tumultuosas, cuando captura alguna las colocaba en el receptáculo que cargaba. 

Además de las referencias a este demonio en la literatura, también encontramos rastros suyos en pinturas y esculturas. Existe una miniatura del siglo XIV donde aparece Titivillus en el extremo izquierdo, mientras el escriba al lado derecho hace su trabajo. También existe en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, España, una tabla con la Virgen de la Misericordia y sobre su manto protector aparecen dos diablos, el de lado derecho lleva libros cargados en su espalda, que algunos estudiosos aseguran es Titivillus. 




Así que ya saben, a partir de ahora, cuando entreguen alguna tarea o trabajo con errores, pueden hacer responsable a este demonio. Aunque conmemoren que quizá esté llevando todas sus erratas en su saco con el fin de utilizarlos el día del Juicio Final. 

©lawjako

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