OVNIS EN LA ANTIGÜEDAD



La leyenda de los avistamientos de objetos volantes no identificados y de la nutrida fenomenología que los acompaña, puede fragmentarse en dos grandes etapas: una que abarca los avistamientos ocurridos desde tiempos prehistóricas hasta la primera mitad del siglo XX, y otra que colecciona los avistamientos contabilizados en la época tecnológica, desde aquellos nueve discos volantes que avistara Kenneth Arnold el 24 de junio de 1947 junto al monte Rainier, en Washington, hasta la actualidad. Aquí plasmaré la fenomenología de la primera de estas dos etapas. Aquella en que ninguno de los ovnis avistados podía proceder de la humanidad terrestre conocida.


Desde la más remota antigüedad

Desde los comienzos de la civilización humana el ser humano acepta como algo no tan descabellado la existencia de seres más evolucionados, de formas supuestamente no terrestres (dioses, ángeles, demonios y un sinfín de seres con un matiz fabuloso), que intervienen concisamente en el curso de nuestra vida sobre este planeta. Los pasajes plasmados en innumerables textos que en el curso de los tiempos han ido reflejando el acontecer de la historia de esta humanidad terrícola están salpicados de evidencias que ilustran la presencia permanente de objetos volantes sin explicación; los cuales maniobran de forma inteligente a baja altura sobre la superficie terrestre. La lista de tales avistamientos en todo el mundo y en todas las culturas de diferentes épocas prueba que la actuación y la intervención de una o de varias inteligencias distintas de la nuestra forman parte suplementaria y continuada del desarrollo de la humanidad.

Si procuramos analizar lo que dijo el bioquímico inglés Francis Crick (Premio Nobel en 1962 por haber descubierto la estructura del ADN), habríamos sido creados por una supercivilización interestelar que en una época remota “infectó” al planeta Tierra con un microorganismo destinado a desarrollarse con el pasar de millones de años hasta llegar a ser lo que hoy somos, los seres humanos. Otros científicos opinan a favor de esta hipótesis, como por ejemplo Vsevolod Troitsky, de la Academia de Ciencias de la extinta URSS, para quien la Tierra es un campo de experimentación de nuevas formas de vida, inspeccionado por inteligencias superiores y desconocidas para nosotros. Los más antiguos legados de la humanidad parecen acreditar estas afirmaciones. En el Popol Vuh, el Libro del Consejo de los nativos quichés, de la gran familia maya, se narra: 






“Y los Maestros Gigantes hablaron, así como los dominadores, los poderosos del cielo. Es tiempo de concentrarse una vez más sobre los signos de nuestro ser construido, de nuestro ser formado, como nuestro sostén, nuestro nutridor, nuestro invocador, nuestro conmemorador. Haced así que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos recordados, por el ser construido, el ser formado, el ser de barro, el ser moldeado”.

Algo equivalente acopia la Epopeya de la Creación, cuando pone en boca del dios creador y solar babilonio Marduk las siguientes palabras:

“Crearé un sumiso primitivo; hombre será su nombre. Crearé un obrero inicial. En él recaerá el servicio hacia los dioses, para que ellos puedan descansar tranquilos”.

Sigamos así la pista histórica de la presencia de estos supuestos dioses, en realidad, nada más que seres inteligentes tecnológicamente superiores a nosotros en la inmensidad del cosmos.


Los testimonios más pretéritos

El volumen II de la Introducción a la Ciencia Espacial, publicado por la Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, incluye un capítulo al estudio de los ovnis. Se afirma allí literalmente que “los ovnis son objetos materiales que están, o bien pilotados, o controlados remotamente por seres que son de fuera de este planeta”. Y también se afirma que “las visiones ovni parecen extenderse a lo largo ya de 45.000 años”.

El testimonio quizá más antiguo que relaciona a los supuestos dioses con los objetos volantes no identificados, sea el que transmiten los aborígenes de los montes Kimberley, en el noroeste de Australia. Estos nativos narran que en tiempos remotos sus dioses trazaron sobre las rocas unos dibujos antropomorfos de notable tamaño, los wandjinas, con rostros carentes de boca y cercadas sus cabezas por uno o dos semicírculos en forma de herradura, con finas líneas que irradian desde el círculo exterior. Después de plasmar estas pinturas y de instruir a los nativos, los wandjinas o dioses se transformaron en serpientes míticas y se refugiaron en charcos cercanos. Cuentan estos aborígenes que de vez en cuando se les puede ver de noche en forma de luces que se mueven a gran altura. 






Y a gran altura debió moverse también un inédito aparato volador, inteligentemente guiado, hace unos 11.000 años. Así se desprende de los datos recogidos en los mapas de Piri Reis, que se conservan en el museo Topkapi de Estambul. Fueron trazados en 1.513 por el almirante de las flotas turcas Piri Reis, y muestran exactamente los accidentes geográficos de las costas americanas, incluyendo increíblemente la Antártida sin hielo. Con la notable peculiaridad de que en ellos el extremo Sur de la Tierra del Fuego, enlaza por medio de la estrecha lengua de tierra con la Antártida, allí en donde hoy en día las aguas del estrecho de Drake unen entre sí a los océanos Atlántico y Pacífico. Cotejados los mapas con las fotografías infrarrojas aéreas que manifestaban el perfil submarino, se llegó a la conclusión de que realmente había existido este puente de tierra entre el subcontinente Sudamericano y la Antártida a finales de la última glaciación; o sea, hace unos 11.000 años. Piri Reis había reseñado en sus mapas con asombrosa exactitud costas, islas, bahías y montañas que en parte hoy ya no son visibles, sino que están cubiertas por una gruesa capa de hielo. El propio almirante Piri Reis reveló, en los textos explicativos de sus mapas, que para su confección se había servido de otros mapas más antiguos, entre ellos uno requisado a un marino que había formado parte de las tripulaciones de Cristóbal Colón, y que fue capturado en aguas peninsulares ibéricas. Así se concluye que alguien trazó con perfección el relieve de aquella zona del globo hace 11.000 años. ¿Quién fue? El cartógrafo americano Arlington H. Mallery afirmó en su momento que no podemos imaginarnos como se trazó un mapa tan preciso sin la participación de vistas aéreas. 







Artefactos mecánicos voladores en la antigua India

Se lee en la gran epopeya sánscrita del Mahabharata que precisamente Maia, el constructor, el ingeniero y artífice de los asuras, diseñó y construyó un gran habitáculo de metal, que fue trasladado al cielo. Era solamente uno de muchos habitáculos equivalentes. Cada una de las divinidades Indra, Yama, Varuna, Kuvera y Brahma, disponía de uno de estos aparatos metálicos y voladores. El gran sabio de la antigua India, Narada; explica que la ciudad volante de Indra se hallaba ininterrumpidamente en el espacio. Estaba rodeada de una pared blanca, que producía destellos de luz cuando el vehículo se desplazaba por el firmamento. 






Otros aparatos automáticos se desplazaban libremente bajo el agua y en las profundidades de los océanos de una forma similar a los actuales submarinos. El texto sánscrito del Mahabharata se refiere normalmente a los aparatos volantes con el nombre de “vimanas”. Pero habla también de grandes ciudades (colonias) espaciales, de grandes metrópolis submarinas, y de ciudades subterráneas. Arjuna, una de las divinidades, disponía de un indestructible vehículo volador anfibio, pilotado por su ayudante Matali. Todas estas construcciones y aparatos voladores, submarinos y subterráneos, están detallados en la epopeya del Mahabharata con gran lujo de detalles en sus medidas y descripción de sus características.

También Valmiki, el autor de la otra gran epopeya hindú, el Ramayana, nos habla con absoluta naturalidad de los vehículos que (a voluntad del que lo pilotea), volaban libremente por el aire. También eran metálicos y fulguraban en el cielo.


Ovnis en los textos bíblicos

Se puede apreciar en algunos pasajes de la biblia; cómo el profeta Ezequiel nos narra su encuentro con un vehículo volante, que se le acercó tanto (junto al río Quebar, en las inmediaciones de Babilonia), que incluso vio a uno de sus tripulantes, el cual le habló a él personalmente. Esta visión que Ezequiel presenció, y que está descrita con lujo de detalles en el libro de su mismo nombre, fue detenidamente analizada por el ingeniero de la agencia espacial norteamericana, la NASA, Josef Blumrich, quien llegó a la conclusión de que lo que vio el profeta fue efectivamente y sin ningún género de dudas una nave volante. Tanto es así, que dicho ingeniero, (que sería director de la Oficina de Construcción de Proyectos de la NASA), rediseñó el aparato descrito por Ezequiel y patentó algunos de sus elementos. 






También en la Biblia, la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra refleja con precisión los efectos de una explosión nuclear, anunciada a Lot por dos plenipotenciarios que bajan de las alturas y comen alimentos en casa de su anfitrión. Finalmente, en muchos pasajes de los textos bíblicos (comenzando por el libro del Éxodo), se relatan con detalle nubes inteligentemente guiadas. En el caso del libro citado, una de estas nubes (luminosa de noche y en forma de columna de humo de día), guía al pueblo de Israel en su huida de Egipto. Esta nube indica el camino a seguir, proporciona alimento, e incluso desciende hasta el suelo para que sus tripulantes (en este caso el mismo Yahvé) pueda impartir órdenes verbales al caudillo de los hijos de Israel, Moisés.


El ovni de Belén

La estrella de Belén, cuya aparición está tan íntimamente ligada al nacimiento de Jesús, es (como se puede repasar en los Evangelios), una “estrella” que se mueve y que, además, tiene la potestad de detenerse. No es extraño que una estrella esté figuradamente “parada” en el firmamento, como parece que lo están todas las que vemos normalmente, ni tampoco que una estrella se mueva, como es el caso de las estrellas fugaces o de los cometas. Lo que sí se sale realmente de contexto es que haga ambas cosas: moverse y detenerse. Y que, además, demuestre tener movimientos guiados por alguien:

“Salieron, y la estrella que habían visto en Oriente” (Podemos leer en los Evangelios), “iba delante de ellos hasta que se detuvo encima de donde se hallaba el recién nacido”.

Se le ha querido dar una explicación astronómica a este fenómeno de la llamada estrella de Belén, alegando que se habría tratado de la conjunción (tercera conjunción por aquellas fechas), de los planetas Júpiter y Saturno. En dicha conjunción los citados planetas se agruparon ópticamente en dirección Sur de tal manera que los magos de Oriente, en la ruta que seguían de Jerusalén a Belén, siempre tenían a estos dos planetas que formaban una sola estrella, delante de ellos. La estrella iba efectivamente, como narran los Evangelios, anteponiéndoles. 






Hasta aquí, todo correcto. Pero si hubieran caminado siempre en la dirección que les revelaba esta conjunción de Júpiter y Saturno (y dado que se trataba de un fenómeno extra atmosférico que por lo tanto, por mucho que progresasen los magos, siempre habría estado situada por delante de ellos), a donde habrían llegado es a las aguas litorales del mar Rojo.

Pero no se detienen a 7 km de Jerusalén. ¿Por qué? Porque no iban en pos de la conjunción Júpiter-Saturno, sino de un objeto brillante que finalmente se detuvo a baja altura encima del lugar en el que se hallaba el recién nacido: Jesús. Un objeto volador que se movía inteligentemente dentro de nuestra atmósfera. 


Los hijos del cielo

Los antiguos habitantes de China se autodenominaban “hijos del cielo”. Y su literatura clásica suministra una abundante selección de expectaciones de objetos volantes desconocidos, con descripción muy concreta del momento histórico en que apareció cada uno de estos aparatos. Una de las referencias más antiguas que se pueden hallar figura en la obra Ciencia Natural, que en el capítulo X invoca:

“Bajo el reinado de Xi Ji (hace aproximadamente 4.000 años), fueron divisados dos soles en la ribera del río Feichang, uno de los cuales subía por el este, mientras que el otro bajaba por el Oeste. Ambos provocaban un ruido como el trueno”.

En época mucho más reciente, el escritor Wang Jia, que vivió bajo la dinastía de los Tshin, relata en su libro: Reencuentro, una historia acontecida en el siglo IV antes de JC:

“Durante los 30 años del reinado del emperador Yao, una colosal nave flotaba por encima de las olas del mar del Oeste. Sobre esta nave, una potente luz se encendía de noche y se disipaba de día. Una vez cada 12 años, la nave daba una vuelta por el cielo. Por esto se la denominaba Nave de Luna o Nave de las Estrellas”. 






En su obra Observaciones del Cielo, otro archivero, que vivió entre los años 960 y 1.279 nos da una imagen todavía más clara de esta nave del cielo, afirmando de ella:

“Había una gran nave voladora expuesta en el Palacio de la Virtud bajo la dinastía de los Tang. Medía más de 50 pies de largo, y zumbaba como el hierro y el cobre, resistiendo perfectamente a la corrosión; se elevaba en el cielo para retornar después, y así consecutivamente”.

Por su parte, el historiador Zhang Zuo, autor de la Historia del Poder y de la Oposición, subraya también que:

“El 29 de mayo del año 2 bajo el reinado del emperador Kai Yuan, durante la noche, apareció una gran estrella movediza, del tamaño de un barril, que volaba en el cielo del Norte, acompañada de otras estrellas más pequeñas; esto duró hasta el amanecer”.

Otro texto, el Nuevo Libro de los Tang, reza en su capítulo XXII, dedicado a la Astronomía:

“El año 2 bajo el reinado del emperador Quian-fu, dos estrellas, una roja y la otra blanca, que medían como dos veces la cabeza de un hombre, se dirigieron una junto a la otra al Sudeste. Una vez inmóviles en el suelo, aumentaron lentamente de tamaño y lanzaron luces violentas. Al año siguiente, una estrella móvil brilló de día como una gran antorcha. tenía el tamaño de una cabeza. Habiendo llegado del Noreste, sobrevoló agraciadamente la región, para desaparecer finalmente en dirección Noroeste”.

En otro pasaje de este mismo libro podemos leer:

“En marzo del año 2, bajo el reinado del emperador Tian Yu, cierta noche una gran estrella brotó de la bóveda del cielo. Era cinco veces más grande que un celemí (medida para granos) y volaba en dirección del Noroeste. Dirimió hasta treinta metros del suelo. Su parte superior lanzó luces de fuego de color rojo anaranjado. Sus luces rebasaban a más de cinco metros. Se desplazaba como una serpiente, rodeada de numerosas luces pequeñas que desaparecieron casi al instante. Se vio una especie de vapor que subía muy alto hacia el cielo”.

Esta es solamente una brevísima selección de narraciones que se pueden encontrar en textos antiguos chinos acerca de los ovnis.


Ovnis en la literatura clásica de la cuenca mediterránea

Literatos como Plinio el Viejo, Plutarco, Cassio, Séneca, Cicerón o Julio Obsecuente, fueron en mayor o menor grado conscientes de que entidades superiores estaban guiando a los seres humanos sobre la Tierra. Sin ir más lejos, en el libro octavo de La Eneida, Virgilio habla de “ruedas que transportaban rápidamente a los dioses”.

En el Prodigiorum Liber (El Libro de los Prodigios), el historiador Julio Obsecuente recoge textos originales de Cicerón, Tito Livio, Séneca y otros. Podemos leer allí:

“Siendo cónsules Cayo Mario y Lucio Valerio, se pudieron ver en diversos lugares de Tarquinia un objeto que aparentaba una antorcha encendida que súbitamente cayó del cielo. Hacia el anochecer se vio un objeto volador circular, parecido en su forma a un clypeus (el escudo redondeado utilizado por los legionarios romanos) ardiente, que cruzaba el cielo del Oeste hacia el Este”. 






También se puede leer allí que:

“En el territorio de Spoleto, en la Umbría, una esfera de fuego, de color dorado, cayó a tierra dando vueltas. Después parecía que acrecentase de tamaño, se elevó del suelo, y escaló hacia el cielo, en donde oscureció al disco solar con su claridad cegadora. Después desapareció en dirección al sector Este del cielo”.

Tito Livio también informa por su parte:

“Naves espectro han sido vistas brillando en el cielo. Mientras que en el distrito de Amiterno surgieron en muchos lugares hombres con vestidos resplandecientes, de lejos y sin acercarse a nadie”.

Son solamente algunos pasajes de la abundante literatura clásica que hace referencia a este tipo de fenómenos.


Han intervenido en el rumbo de nuestra historia

Hay instantes determinados a lo largo de la historia de la humanidad, en que siluetas u objetos que descienden desde lo alto del firmamento, interceden en los asuntos de los humanos, e incluso llegan a disipar nuestras disputas en uno u otro sentido. En algunos momentos, la ayuda ha sido propicia en semejanza al signo de la cruz, como lo fue las luces que divisó Constantino y que cambiaron el rumbo de la humanidad. Así también aconteció en las luchas de los cristianos contra los mahometanos, y también, durante la conquista de América, en las luchas contra los nativos.


La gloria del dios cristiano

Una ocasión significativa en que manifestaciones concretas del cielo favorecieron a los cristianos, se dio en plena campaña exterminadora de Carlomagno contra los paganos sajones. Así lo expone notoriamente el monje Lorenzo, en sus Annales Laurissenses. Explica en esta obra histórica cómo los sajones se habían hostigado contra las tropas de los francos, y avanzaban hacia el castillo de Sigisburg para asediarlo. La obstrucción en lucha de los francos fue dura, motivo por el cual los sajones no pudieron culminar su empresa. Y se puede leer en la obra citada:

“En aquel momento, cuando los sajones advirtieron que las cosas no iban a su favor, comenzaron a edificar andamios desde los cuales pudiesen saltar audazmente al castillo mismo. Pero Dios es tan bueno como justo. Superó su valor, y el mismo día en que prepararon el asedio contra los cristianos que vivían dentro del castillo, la gloria de Dios apareció en expresión encima de la iglesia en el interior del castillo. Los que lo observaron, muchos de los cuales aún viven hoy en día, dijeron que tenían el semblante de dos grandes escudos de color rojo resplandeciente, y que se zarandeaban por encima de la iglesia. Y cuando los paganos que estaban afuera divisaron esta señal, se desmoronaron en la confusión y quedaron sobrecogidos por el pánico, huyendo precipitadamente”.

Como consecuencia de la interposición de este poder aéreo, los sajones se rindieron y zanjaron en juramento solemne su conversión al cristianismo. Y así, obedecer las leyes de Carlomagno.


América, reestreno de la calamidad de Moisés

De Europa nos vamos a trasladar tierras americanas. Porque si Yahvé hizo caminar a Moisés con sus seguidores por el desierto por cuarenta años, el dios de los aztecas obligó a éstos a una caminata de casi 3.000 km, antes de que encontrasen hogar en una pequeña isla en medio del lago Texcoco, al águila de su vaticinio devorando a una serpiente. Era el símbolo que les indicaba que aquella era su tierra prometida.

Las correlaciones entre el éxodo del pueblo de Israel y el éxodo del pueblo azteca empiezan con la personalidad misma de los dos protagonistas, Yahvé y Huitzilopochtli. Ambos dioses querían ser estimados como guardianes e incluso como padres, pero eran espantosamente exigentes, implacables en sus frecuentes castigos, y muy quisquillosos a tal punto de ser irritables. Ambos seres superiores les indicaron a sus pueblos elegidos que abandonasen el territorio que habitaban. Ambos acompañaron personalmente a sus resguardados a lo largo de todo el peregrinaje. Yahvé lo hizo como ya vimos en forma de una entrometida nube o columna de fuego y de humo que les procuraba luminosidad de noche y sombra de día, y les señalaba el camino que les convenía tomar. Huitzilopochtli, a su vez, escoltaba a los aztecas en forma de un gran pájaro. La tradición afirma que fue un águila o una grulla blanca, que les iba enseñando la dirección en la cual debían trasladarse desde las tierras de Arizona y de Utah hasta el emplazamiento de la actual capital de México. 






Pero lo más curioso es que los dos pueblos (israelitas y aztecas), trasladaban una especie de caja sagrada que para ellos tenía un gran valor y que servía para comunicarse concisamente con la divinidad. Los israelitas llevaban la famosa Arca de la Alianza, y los aztecas llevaban un cofre, tal y como nos lo cuenta fray Diego Durán, historiador contemporáneo de la conquista:

“Cuando conseguían arribar a un lugar favorable para quedarse en él durante algún tiempo, lo primero que hacían era edificar un templo que servía para alojar el cofre en que llevaban a su dios”.


Los escudos voladores de los nativos Hopi

Si Carlomagno fue favorecido por unos escudos volantes y los aztecas (oriundos de Arizona), contaron con el apoyo de una inteligencia que dominaba el vuelo, en ambos contextos se repite la historia de los nativos hopi (establecidos en la actual Arizona).

Según explica su jefe White Bear (oso blanco), narraban sus progenies que sus ancestros habitaban unas tierras situadas al Oeste, o sea en algún punto del océano Pacífico. Al desaparecer estas tierras en el gran lago salado y espumoso, unos seres procedidos de las alturas (los katchinas), les auxiliaron a trasladarse al continente americano, en parte sirviéndose de escudos voladores. Estos seres sabían además tallar grandes bloques de piedra, subyugaban el transporte aéreo de estos grandes bloques, y eran astutos en la construcción de instalaciones subterráneas. Algo muy semejante a lo que nos narran según vimos los antiguos textos sánscritos.


Ovnis durante la conquista de américa 






Alguna inteligencia superior seguía acechando a manera de ayuda a los humanos en tierras americanas siglos más tarde. Así, Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernán Cortés, plasma en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España:

“Expresaron los nativos mexicanos que vieron una señal en el cielo que era como verde a colorada y de forma redonda como rueda de carreta y, que junto a esta señal venía otra raya y camino de hacia dónde nace el Sol y se venía a juntar con la raya colorada”.

Y, un poco más adelante:

“Lo que yo vide y todos cuantos quisieron ver, en el año 27, (1.527), sentaba una señal del cielo de noche a manera de espada larga, como entre la comarca de Pánuco y la ciudad de Tezcuco, y no se iba de allí, ni a una parte ni a otra, en más de veinte días”.

Como vez, son solamente dos muestras de los muchos objetos volantes no identificados que, en este caso, reseñan las crónicas de la conquista de América.


¿Provienen de Sirio?

Cuentan los dogones, que habitan en las tierras de la actual república africana de Malí, que desde tiempos remotos, el elemento para ellos más valioso del firmamento es una estrella pequeña que gira alrededor de la gran estrella Sirio, el resplandeciente astro que se luce en la constelación del Can Mayor. Por los estudios realizados por antropólogos de sus tradiciones, se deduce que poseen este conocimiento por lo menos desde el siglo IX, pero claro está estos relatos son de mucho antes de la era cristiana, ya la moderna astronomía no descubrió Sirio B (que orbita alrededor de Sirio A y es invisible al simple ojo humano), hasta mediados de siglo XX. Los dogones conocían por lo menos hace 1.200 años antes la existencia de Sirio B, siendo conscientes además de que es invisible. Pero además, el dibujo ritual que ellos bosquejan para mostrar la órbita en que Sirio B gira alrededor de Sirio A, es definitivamente idéntico al diseño que ofrece el moderno diagrama astronómico de la órbita de Sirio B alrededor de Sirio A. Los dogones saben además que Sirio B es un cuerpo asombrosamente pequeño. Y también aquí la astronomía oficial confirma que Sirio B es una “enana blanca”, una estrella pequeña. También dicen los dogones que Sirio B es la estrella más pesada que existe. Y una vez más la ciencia confirma: Sirio B (a la que ellos llaman Po Tolo), es en cuanto a enana blanca, una estrella excepcionalmente densa, o sea, extraordinariamente pesada. Pero además, y de acuerdo con la mitología de los dogones, Po Tolo, da una vuelta alrededor de Sirio A cada cincuenta años. Y esto lo confirma también aquí la actual astronomía que Sirio B da una vuelta alrededor de Sirio A exactamente cada cincuenta años. Más asombroso aún: durante sus festividades litúrgicas, los dogones rinden decoros al hecho de que Po Tolo gire sobre sí mismo. ¿De dónde podían saber, no los dogones, ni ningún otro pueblo, hace milenios que las estrellas giran sobre su propio eje? 






Cuando se les plantea a ellos esta interrogación, afirman que un día llegaron unos seres originarios del sistema de Sirio, con la finalidad de instaurar una civilización en la Tierra. De ellos proceden sus instrucciones. Estos seres desconocidos a los que ellos llaman “nommos”, descendieron a la Tierra en un tipo de arca que, antes de aterrizar, giraba y levantaba el aire. El aterrizaje aconteció en el Noreste del país de los dogones y produjo un ruido importante como los truenos. Los dogones describen el aterrizaje de forma muy gráfica:

“El arca se posó en la tierra seca del zorro y desalojó polvo, levantado por el torbellino que causó. La violencia del impacto dejó el suelo surcado. El arca era como una llama que se apagó al tocar la tierra. Era roja como el fuego y se volvió blanca cuando aterrizó”.


Y mucho más

El laconismo de un artículo no da para más. En los archivos de culturas alrededor del mundo se han quedado ocultos centenares de casos ovni en la antigüedad, en la Edad Media y en tiempos más recientes, hasta llegar a aquéllos que se narraron aquí. Faltó mencionar al detalle sobre los objetos volantes no identificados vistos por Tutmosis III el Grande en Egipto, por Alejandro Magno y por Timoleón (ambos en el s. IV A.C), por Cayo Julio César y por Pompeyo (s. I A.C). También la espada volante divisada sobre Jerusalén en el s. I y citada por Flavio Josefo. Ni hay que olvidar el cuadro La Madonna de san Giovannino de la escuela de Filippo Lippi (s. XV), en que junto a la virgen aparece en el cielo un ovni, ni el ovni citado en los anales de la inquisición, y que transportó al Dr. Torralba en un viaje de ida y vuelta de Valladolid a Roma en 1.527. Deben conmemorarse igualmente los fenómenos ovni citados por Pedro de Valdivia y por el cronista Pedro Cieza de León (s. XVI), y por Fray Junípero Serra (s. XVIII). No deben omitirse los cilindros volantes vistos sobre Núremberg en el s. XVI, la viga aérea vista por Benvenuto Cellini, los globos ígneos que atravesaron el cielo de Basilea también en el s. XVI, la columna brillante que se presentó en la víspera de la batalla de Lepanto, una vez más en el s. XVI, los ovnis que sobrevolaron Cataluña en 1.604, recogidos en el Diari de Jeroni Pujades, iguales objetos volantes vistos cerca al mediodía en Francia en 1.621, la hostia volante que sobrevoló Praga en 1.640, la esfera volante que sobrevoló Robozero, en Rusia, en 1.663, y finalmente los 440 ovnis reportados por el director del observatorio mexicano de Zacatecas, en 1.883.

No se puede negar el fenómeno ovni, no son ninguna invención o un fenómeno característico del siglo XX, existe algo más inteligente sea en esta realidad o en otra, este universo es inimaginablemente enorme y fue creado para generar vida.

@lawjako


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