LA PARTICULAR HISTORIA DE NICOLAS FLAMEL
DETERMINADO
POR FUNCANELLI COMO “EL MÁS POPULAR Y FAMOSO DE LOS FILÓSOFOS FRANCESES”, LA ESTAMPA
DEL ALQUIMISTA Y ESCRIBA NICOLÁS FLAMEL HA PASADO A LA HISTORIA COMO LA DEL
HOMBRE QUE APARENTEMENTE LOGRÓ DESCOLLAR LA GRAN OBRA Y CONSEGUIR LA TAN
ANSIADA PIEDRA FILOSOFAL. SU APACIGUA BIOGRAFÍA SE VE SÚBITAMENTE AGITADA
CUANDO CAE EN SUS MANOS UN RESERVADO Y CRÍPTICO LIBRO, CON EL QUE AL PARECER
LOGRA TRANSMUTAR LA MATERIA EN ORO PERMITIÉNDOLE DESARROLLAR A PARTIR DE
ENTONCES UNA INTENSA ACTIVIDAD MISERICORDIOSA.
Observa
bien este libro, Nicolás. En un principio, no entenderás nada acerca de él, ni
tú ni cualquier otro hombre. Pero algún día, verás en él lo que ningún hombre
podrá. Estas fueron las sucintas y proféticas palabras que pronunció la
figura angelical con la que una noche soñó Nicolás Flamel, después de años de
lectura y de frustrados ensayos alquímicos. La alquimia, predecesora de la
química, perseguía objetivos tan diversos como la salud y la vida eterna, el
desarrollo espiritual o la metamorfosis en oro de la materia impura. No debió
ser cosa del azar que en aquel perspicaz y revelador sueño el ángel se acercara
a su cama portando precisamente un libro, ya que desde su infancia nuestro
protagonista, nacido hacia el año 1330 en el seno de una humilde familia, había
encontrado en ellos una meritoria e inagotable fuente de conocimiento, al punto
de orientar su vida hacia ellos convirtiéndose primero en escribiente público y
después en copista y librero. A pesar de que su vida fue siempre circunspecta y
humilde, su éxito como escribano le permitió establecerse con cierta comodidad
en París, donde llegó a contar con varios empleados, casándose con la que sería
su inseparable y fiel compañera, Dame Peronelle, una viuda unos años mayor que él
a la que Flamel siempre enalteció por su virtuosa discreción. Es posible que el
librero francés hubiese olvidado aquel extraño sueño o lo tuviera por un simple
delirio cuando, en el año 1357, un desconocido le abordó en su tienda,
visiblemente necesitado de dinero, ofreciéndole un libro que el alquimista inspeccionó
al instante como el de su sueño. Por dos florines había adquirido la obra que
cambiaría su vida convirtiéndolo en uno de los personajes de referencia del
esoterismo renacentista. Él mismo brinda una representación minuciosa del
volumen en su obra autobiográfica El
libro de las figuras jeroglíficas, escrita a principios del siglo XV,
refiriéndose al mismo como a “un libro dorado, muy viejo y de buen tamaño. No
estaba hecho de papel y pergamino como suele suceder con los demás libros, sino
con cortezas de tiernos arbustos. Sus tapas eran de fino cobre, grabado con
letras y figuras extrañas. Creo que lograban ser caracteres griegos o de otra
lengua antigua similar, pues no sabía leerlas, pero no eran letras latinas o
galas, pues de esas entiendo un poco”.
Las
hojas de este misterioso libro estaban agrupadas en tres grupos de siete
folios, separadas por una hoja en blanco grabada con un críptico diagrama, demostrándose
en su conjunto numeradas en la parte superior y escrita con letras latinas de
bello trazo y vivos colores. La primera página no dejaba lugar a dudas sobre la
autoría de aquel manuscrito, pues en gruesos y claros caracteres se podía leer
“Abraham el Judío, príncipe, sacerdote, levita, astrólogo y filósofo”, dejando
paso a continuación a condenaciones y grandes amenazas dirigidas a quienes, sin
ser sacerdotes o escribanos, emprendieran fijar sus ojos en el manuscrito.
EL
SABIO CABALISTA CANCHES
La
historia de Flamel es de película. A pesar de sus profundos conocimientos
alquímicos y de su expresiva relación con otros hermetistas de su tiempo,
Flamel fue incapaz de descifrar aquel documento, tarea que al parecer le abrumó
y le causó obsesión por espacio de veintiún años y que le llevó incluso a
copiar fragmentos y colgarlos en los cristales de su comercio hacía el
exterior, con la frustrada esperanza de que alguien pudiera aportarle alguna
pista. Tras estos años de cauta espera y ante la ausencia en Francia de sabios
judíos que pudieran ayudarle al haber sido estos expulsados, decidió probar
suerte en España y buscar un mago que le orientara, escudándose para ello en un
peregrinaje a Santiago de Compostela. La justificación hacia esta romería le
permitiría pasar desapercibido y no levantar sospechas entre los suyos,
llevando consigo copias de algunas de las páginas del misterioso libro. Aunque
sus pesquisas fueron infructuosas, la clave de su búsqueda aparecería en su
viaje de retorno, cuando en la ciudad de León se topó con un comerciante
francés que le puso sobre el surco de un reconocido erudito hebreo, conocido
como el Maestro Canches. El anciano identificó al instante a Abraham
el judío como un venerable sabio conocedor de los misterios de la Cábala,
perteneciente a una legendaria élite para la que no existían secretos sobre la
faz de la Tierra. Gracias a sus conocimientos pudo decodificar el material que
portaba Flamel y de común acuerdo decidieron regresar juntos a París para consumar
la traducción del resto del material. Sin embargo, la búsqueda de ambos se
frustró cuando Canches, anciano y enfermo, moría tras siete días de agonía en
Orleáns. Con todo, las páginas trascritas fueron suficientes como para guiar a
Flamel durante los siguientes tres años en la decodificación de todo el libro,
objetivo que alcanzó y que le permitió aferrase estrictamente al método
descrito por Abraham el Judío, transformar así media libra de mercurio en plata
el 17 de febrero de 1382. Dos meses más tarde, el 25 de abril, lograba el sueño
de todo alquimista, conseguir en presencia de su esposa la transmutación del
oro, una manifestación material de la transmutación espiritual que al parecer
experimentó nuestro protagonista durante el proceso, acontecimiento que ponía
de manifiesto la doble condición de la alquimia y de la propia naturaleza de la
piedra filosofal.
A
partir de ese momento y sin abandonar su modesto y cauteloso modo de vida,
Flamel desarrolló junto a su esposa Pernelle una intensa labor benefactora,
fundando hospitales, restaurando capillas, iglesias y cementerios, colaborando
en el mantenimiento de instituciones filántropas o adquiriendo casas y fincas
que en algunos casos alquilaba con precios irrisorios a personas necesitadas, o
por cifras que le permitían continuar con esa actividad benéfica sin necesidad
de recurrir al proceso alquímico. Y es que aun dominando la transmutación y agenciando
con ella un oro puro, “mucho mejor que el oro corriente, más suave y maleable”,
el proceso sólo lo quiso materializar en tres ocasiones. Como era de esperar la
generosidad del alquimista llamó la atención de muchos desatando todo tipo de encarecimientos,
al punto que el rey Carlos VI envió a un miembro de su consejo de estado,
Cramoisi, a investigar al copista parisino sin que pudiera encontrar nada
anómalo ni hacerse con el secreto de su extraordinaria riqueza.
Hasta el momento
de su muerte en 1418, acaecida años después de la de su esposa, Flamel puso
especial cuidado en ser representado en aquellos templos o edificios cuya
construcción o restauración había financiado, como el Cementerio de los Santos
Inocentes por el que tanto gustaba pasear, difundiendo de jeroglíficos muchas
de sus propiedades. Sobre la pesada loza de su tumba conservada en el Museo de
Cluny, hizo grabar un sol sobre una llave y un libro cerrado, rodeado de otras
figuras que a los ojos de los iniciados atestiguaban que se había llevado con
él el gran secreto. Ello no impidió que durante siglos decenas de personas
buscaran tanto el libro como restos del polvo de proyección para lograr
transmutar el oro, invadiendo y dañando sus propiedades y corrompiendo su tumba.
Esto último se produjo en tiempo del Cardenal Richelieu, personaje que sintió
una gran fascinación por la alquimia y la figura de Flamel llegando a confinar
a un descendiente de este, conocido por Dubois, que a pesar de alardear de
saberes alquímicos ante el mismísimo Luís XIII, fue incapaz de enseñar al
famoso y poderoso clérigo los secretos de la transmutación, a pesar de que
según la leyenda, este llegó a poseer el libro de Abraham el Judío. El hallazgo
de los ataúdes vacíos de Perenella y Flamel confirmaron las sospechas de
quienes aseguraban que con la piedra filosofal la pareja también había logrado
la inmortalidad, aparentando sus muertes, preparando sus falsos funerales y
borrando todas sus huellas, para retirarse juntos a algún lugar de la India en
compañía de otros inmortales.
LA
LEYENDA DEL INMORTAL
La
Biblioteca Nacional en Paris conserva diversos documentos originales de Nicolás
Flamel que, a pesar de los matices añejos o la lectura metafórica de algunos
pasajes de su biografía, homologan la existencia real del personaje y la premura
que alcanzó, al punto que historiadores como Louis Figuier recuerdan como se
mantuvo hasta el año 1789 la costumbre de venir a rezar por él a la iglesia de
Saint Jacques la Boucherie, muy cerca de la casa en la que habitó y que sigue
en pie, en señal de agradecimiento por su labor caritativa al donarle sus
bienes. Es imposible no relacionar sus 21 años de búsqueda con los arcanos del
tarot o su viaje a Compostela con una insignia del camino iniciático. E
igualmente imposible es saber sí realmente el libro de Abraham el Judío existió
o sólo fue una licencia literaria del alquimista, aunque las pistas sobre el
mismo lo sitúan en manos del Cardenal Richelieu, tras cuya muerte desaparece
aunque para entonces sus grabados ya habían sido copiados. Aunque son varios
los puntos que resultan desconcertantes en la vida de Flamel, hay uno que se
alza sobre los demás, el de su supuesta inmortalidad, afirmación que se
revitalizó en 1719 cuando el arqueólogo Paul Lucas publicó Voyage dans la Turquie. En esta obra
Lucas, por entonces bajo las órdenes de Luís XIV, narra su encuentro en Broussa
con un misterioso filósofo turco, que le habla de la piedra filosofal y su
efecto para prolongar la vida humana miles de años, situando sorprendentemente
a Nicolás Flamel y a su esposa como ejemplo viviente de ese portento. El hecho
de que aquel místico conociera la vieja historia de su compatriota, asegurando
que este seguía vivo transcurridos 300 años desde su supuesta muerte, desconcertó
tanto al aventurero y científico francés que acopió en incidente en su obra,
contribuyendo con ello una vez publicada a alimentar la leyenda y a promover
nuevos registros en las propiedades de Flamel y sus descendientes.
@lawjako
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